Núria Burgada: «Nuestra relación con la tierra es la que nos da el equilibrio para vivir una vida más plena»

Nuría Burgada en el Pico de Dòrria con el Puigmal al fondo

Núria Burgada en el Pico de Dòrria con el Puigmal al fondo

 

Hablar de Núria Burgada equivale a pensar en montañas, deporte al aire libre, pero también en educación y maternidad. Sus dos hijos, Naila y Kilian Jornet han heredado su pasión por la naturaleza y son, por sus logros deportivos y su filosofía de vida, todo un referente para aquellos que amamos las montañas. Sin duda, la educación recibida tiene mucho que ver con sus logros y muy especialmente con los valores que tanto Naila como Kilian representan: humildad, solidaridad, superación, compromiso o respeto por el medio ambiente. Una educación en la que la naturaleza tiene un papel predominante y que hoy en día Núria continúa transmitiendo a sus alumnos en la escuela de una pequeña localidad de los Pirineos catalanes.

 

Con la llegada de tus hijos decidiste hacerte cargo de su educación hasta los 12 años. ¿Cuáles fueron los motivos que te llevaron a tomar esa decisión? ¿Cuáles fueron los aspectos más positivos? ¿Y los negativos?

 

Tenía muy claro que era un período muy importante de nuestra vida en común y qué mejor que poder compartirla juntos al ser yo maestra. ¿Qué padres no querrían pasar el mayor tiempo posible con sus hij@s y poder disfrutar de cada etapa juntos? Porque las etapas pasan y no se repiten y si no estás se pierden. Yo hablaría de muchísimos aspectos positivos y algunas dificultades debidas al poner límites o a acompañar las emociones difíciles que a veces se presentan en las relaciones.

 

Tus hijos crecieron en un refugio de montaña a 2.000 metros de altitud, rodeados de naturaleza. ¿Cómo era vuestro día a día? ¿Cuáles fueron las experiencias que más les marcaron? 

 

Era una vida muy sencilla pero muy ligada a nuestro entorno con pocas comodidades por propia decisión.

Un día a día era levantarnos, almorzar juntos. Como solíamos levantarnos pronto podían jugar e ir a la escuela (en coche, en bici, algunas veces con esquís). Cada uno llevaba siempre sus cosas. De vuelta de la escuela era jugar, jugaban muchísimo en el bosque. Era desbordante la imaginación que tenían, creaban sus mundos, sus historias,… Cuando era la hora de cenar los llamaba y cenábamos juntos. Luego salíamos al bosque de noche a escuchar, a tocar,… Y ya de vuelta nos metíamos los tres en la cama y cada uno leía a los otros un libro o un cuento. Era un momento muy especial esperar cada noche la continuación de la historia de Kílian o la de Naila o la mía. Esto fue cuando ya sabían leer, cuando aún no sabían escuchaban mis cuentos. Y fue una costumbre que hicimos hasta la adolescencia. Y aún recordamos viajes con libros que leímos en ellos.

Fue una infancia de juegos en la naturaleza. No teníamos televisión, ni luz (teníamos un generador) y no existía internet ni los móviles.

 

Desde bien pequeños comenzásteis a viajar con vuestros hijos y a llevarlos a la montaña. Con cinco años Kilian hizo cima en el Aneto, con una edad en la que muchos niños aún están aprendiendo a ir en bicicleta. ¿Cómo fue el proceso? ¿En qué momento descubres que lejos de suponer un impedimento, los hijos pueden ser un nuevo aliciente para seguir haciendo aquello que más os gustaba?

 

Fue como dices un proceso. Sabíamos que queríamos estar al máximo con nuestros hij@s para seguir su crecimiento, entonces si uno lo acepta no es ningún impedimento, al contrario buscas la manera de hacer un juego de su aprendizaje de estar en la montaña. Y puedes ir con ell@s a todas partes asumiendo cada uno su papel, dándoles autonomía y responsabilidad a la vez, y los límites ya se los ponen ell@s mismos.

En el caso de Kílian no tuve conciencia de cómo era hasta que nació Naila. Antes pensaba que los niñ@s eran así, que era normal andar todo el día, no cansarse y seguirme a todas partes con apenas un año y medio. Su proceso lo puso él hasta la adolescencia dónde nos dimos cuenta que necesitaba alguien que le enseñara a controlar y cuidar su energía extrema, que nosotros como padres ya no podíamos ayudarlo.

 

Naila y Kilian Jornet con su madre en los Pirineos. Fotografías: Núria Burgada

Naila y Kilian Jornet con su madre en los Pirineos. Fotografías: Núria Burgada

 

Como maestra intentas inculcar a tus alumnos los mismos principios que les diste a tus hijos. Pero imagino que en este tiempo ha cambiado todo mucho. El mundo digital está cada vez más presente en nuestras vidas. ¿De qué forma las nuevas tecnologías de la comunicación facilitan o dificultan una educación basada en el contacto con la naturaleza? 

 

Los tiempos han cambiado mucho y la tecnología y la globalización han llegado a todas partes. Tengo la suerte de estar en una escuela en la cual las familias en general han sido bastante afines a la necesidad de tener contacto con la naturaleza y en la escuela lo hemos potenciado sin dejar al lado las nuevas tecnologías que son las herramientas del mundo actual y de los niñ@s de hoy. Hay que enseñarles a hacer un buen uso de ellas, como con todo en la vida.

 

¿Consideras realmente que la relación con la naturaleza es parte esencial del proceso de aprendizaje, o sólo un complemento a la propia educación?

 

El contacto con la naturaleza es parte esencial del aprendizaje. La inteligencia naturalística es la más arraigada que poseemos los humanos y es la clave para entender la neurodiversidad. Nuestra relación con la tierra es la que nos da el equilibrio necesario para vivir una vida más plena y evolucionar hacia un cerebro más compasivo.

Cuéntanos más acerca de la labor que realizas en tu escuela. ¿Cuál es la metodología que utilizas para poder sacar el máximo partido a tu tiempo como educadora?

 

Como persona inquieta siempre voy buscando y aprendiendo. Nunca hago lo mismo porque yo cambio y mis alumn@s y el mundo también. La metodología se basa en acercarse al mundo interno y externo del alumn@ desde distintas miradas, para que cada uno encuentre su lugar y descubra su talento. No es una labor fácil ni tampoco tengo la clave para ello pero intento acercarme desde la humildad. Intentar crear una comunidad de aprendizaje donde tod@s tengan su sitio (padres y madres, educador@s, niñ@s, entorno,…).

En resumen humildad, trabajo y no dejar nunca de aprender y asombrarme.

 

Por lo general todo el mundo coincide en los beneficios que supone el contacto con la naturaleza pero en cambio, todavía para mucha gente, la montaña sigue siendo un lujar hostil y ajeno. ¿Qué les dirías a aquellos padres que aún tienen cierta reticencia o miedo a que sus hijos se relacionen de forma directa con la naturaleza?

 

Primero les diría que se acercaran ell@s a la montaña con una mirada distinta, con confianza y ganas de conocerla, porque nuestras neuronas espejo no solo reflejan nuestros conocimientos y aprendizajes sino también nuestros sentimientos y emociones. No podemos acercarnos a un entorno con miedo y pensar que nuestros hij@s no lo sentirán. Y pienso, humildemente, que si yo como adult@ tengo una mala relación con algún entorno y quiero que mi hij@ supere esa mala relación que yo tengo, es mejor que no lo haga conmigo, que lo haga con otra persona que pueda transmitirle pasión y amor en lugar de miedo y desconfianza.

 

Hemos hablado de tu faceta como educadora y como madre, pero nos gustaría finalizar con la visión opuesta, un aspecto que por lo general queda en segundo plano, pero que también creemos de especial importancia. ¿Qué has recibido a cambio, qué has aprendido de los niños, qué es lo que ellos te han enseñado en todos estos años dedicados a la maternidad y a la docencia? 

 

He aprendido y sigo aprendiendo un montón de los niñ@s. Cada día aprendo de ell@s y es bueno darse cuenta de ello. Aprendo a seguir asombrándome de las cosas, a no quedarme estancada, a recordar qué hacía, pensaba o sentía yo a su edad y como solucionaba las distintas etapas. Me ayudan a evolucionar como persona.

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